martes, 22 de diciembre de 2015

Hoy tu lotería voy a ser yo.

Ojalá te haya tocado. Y no hablo en euros. Ojalá puedas pensar en alguien mientras lees esto. Atrévete a decírselo, por favor. Te lo pide una experta en callar y arrepentirse (pronto creo que me ganaré el doctorado). Díselo. De la forma que sea. Como quieras o buenamente puedas. Ojalá al encontraros os miréis tan bonito como la niña que mira a su compañera mientras juntas cantan el gordo el 22 de diciembre. Y que la Navidad no sea excusa para agradecer todos los momentos del año. Haced de diciembre el inicio de un enero sin frenos. Nunca olvidéis la mirada fija en la sonrisa de quien llegó para convertirse en vuestra mejor suerte. Quizás, algún día, celebréis juntos la única lotería con fuerzas para durar toda una vida. Porque el dinero se acaba, las personas no. Cuídense, por favor. Reserven un abrazo para 2016 por cada mil euros cantado hoy. Y que los besos sean el gordo. Solo para una persona. Con eso no se juega. No celebren que les ha tocado sin mirar bien si coincide cada número. Ojalá hoy puedan festejar algo. Con alguien. Porque no hay nada más bonito que dos personas celebrando el haber compartido una participación en la vida. Y recuerden que el mejor número llega por casualidad, como la persona convertida en tu 22 de diciembre más especial. 

domingo, 20 de diciembre de 2015

De vez en cuando.

¿Tú piensas en mí? Me gusta reconocer que yo a veces sí. Siempre también. Perder recuerdos, abrazos y jodidas despedidas no es tarea fácil. Encontrarlos tampoco. ¿Por qué olvidarlos entonces? No quiero. Ni puedo. Tú, que te crees muy listo, confías en el deber. Caprichoso destino. Ahora yo lo que entonces tú. Pero ya no dejo hablar al corazón. Grito con el silencio para que nadie escuche su debilidad. Sí, de idiota. De mí. De ti. De nosotros. Que nunca decimos y siempre sentimos. ¿Te arrepientes? Yo sí. De todo y nada. De todo en decir. De nada en hacer. Lo segundo por menos de la cuenta. Lo primero por nada. Más decir. Menos sentir. Más hacer. Tres por tres. Yo lo veo y subo dos. Tú a mi lado en la mesa jugando al mus evitando las cartas de corazones. A chica pierdes. A grande ganas. A pares sueñas. Y a juego engañas. Llevamos tres partidas. Yo que pedí 'mus' en todas. Tú que en ninguna dijiste nada. No nos atrevimos a terminarla. Hay dos más en la mesa testigos del juego de miradas. Suena Vanesa y un par de cervezas nos acompañan. Enero llega y no seré yo quien (lo) frene. Que sea ella quien llegue. Yo la espero hasta que venga y me lo cuente. Siéntate, que anochece, y todavía me queda preguntarte si piensas en mí casi nunca o casi siempre. 

domingo, 13 de diciembre de 2015

El mejor momento.

Suena el timbre del alma. Es hora de no dejar que alguien te invite a jugar un partido de fifa con los controles cambiados de pase y disparo, círculo y cuadrado, respectivamente según mi forma de juego, sin avisar antes de que empiece a rodar el balón. Ese que acaba siendo como el corazón que recorre fronteras en busca de la portería contraria sin saber que, para llegar hasta ahí, primero hay que hacer una buena defensa. Porque cuando un delantero le gana la espalda a un defensa, estamos perdidos. Como cuando alguien nos gana la delantera en eso de querer. El niño que con tres años le da la mano a 'su novia' y ella le mira a los ojos con la inocencia de creer que la ilusión que eso le provoca en ese momento será la misma que le harán sentir cuando sea mayor. 

Qué fácil todo visto desde fuera. Somos amantes inocentes que ignoran la realidad. Como nunca hemos dicho. Paramos el partido en el minuto 10 de la segunda parte (no, la cifra no es 'a voleo', esconde algo, igual que vuestro código de desbloqueo del móvil). El entrenador corrige aspectos tácticos. Nuestra cabeza intenta vencer al corazón. Del mismo modo que el portero pretende evitar que el balón llegue al fondo de su portería. Y qué bonito cuando consigue hacer una estirada a tiempo y bloquear el disparo (al corazón, hagamos caso a Ricky). Qué valiente. No todos tenemos los cojones de enfrentarnos al delantero cuando éste ya ha sobrepasado la defensa. ¿Entienden? Dejen de visualizar el fifa, frikis. Hablo de ti. Y de mí. De nosotros. De los goles a la vida. Y las defensas del corazón. 

A veces un empate es una victoria. Imagina que, mientras buscabas resolver ese partido, te tiran otro balón al terreno de juego cuando te dispones a sacar de banda. Cógelo. Ese. El segundo. Si con el primero llevas 55 minutos intentándolo, joder, déjalo ya. ¿Y qué más? La inseguridad no se llama miedo. Lo primero es consecuencia del primer balón, lo segundo... ¡deja esa excusa, idiota! ¿Miedo de qué? Escúchate. Tu cara de tonta lo dice todo. Te sale inevitablemente cuando la miras. Por eso la miras poco. Muy poco. Es fácil. Tu corazón habla, como Manuel Carrasco en su Ya no: no me mires, que sabes que puedo caer. Pero sin decírselo a la persona de ojos bonitos con los que te embobas. Te lo dices a ti misma. Déjate llevar. Porque solo entonces, ese momento, será el mejor momento.

martes, 8 de diciembre de 2015

Declaración de amor definitiva.

Todo tiene principio y final. Todo pasa por algo. A algunos, por gilipollas. A otros, por valientes. Si estos idiotas supiésemos querer, la vida sería más bella. Como con la mirada embobada de una persona que mira a otra y no le hace falta decir nada. Como con la sonrisa que nace sin querer cuando pensamos en quien queremos. ¿Por qué nos empeñamos en creer que la mejor declaración de amor es gritarlo a los cuatro vientos? ¿Por qué parece que, para que tenga validez, una cantidad importante de personas tienen que ser conocedoras de la relación? No sé, estamos convirtiendo el mundo en un puto cluedo en el que los corazones pasan de una habitación a otra sin que nadie tenga los cojones de parar al sospechoso que juega con ellos. ¿Vosotros pensáis que eso es amor? Bueno, eso partiendo de la base de que creéis en el amor, claro. Porque aquí todos vamos de guapos y luego hay muy pocos que realmente empiezan a vestirse por los pies. Que sí, que la corbata hace al hombre más atractivo, pero no olvidéis que es lo último que se pone y lo que tapa el desastre que guarda el nudo que les ahoga. Como el tacón en las mujeres. ¿De qué vale ser más alta si luego no sabes dar ni un puto paso manteniendo el equilibrio? Que no, joder, que estáis muy equivocados. Que eso a lo que llamáis amor, no es amor. Es muy difícil encontrar a alguien por quien merezca la pena aprender a querer (y no diré ya a amar...). Y digo aprender, porque yo no tengo ni idea de hacer eso. Quizás vosotros seáis expertos en 'vuestro' amor. Quizás alguien haya tenido la mala costumbre de haceros creer que lo hacéis genial. Ya me encargo yo de joder el momento y deciros que no tenéis ni puta idea. La hostia es grande, amigos, cuanto antes os lo digan, menos será la altura de la caída. De nada, por cierto. Y ya está. ¿Y qué más? Cierro este caos con una reflexión. Ojalá haya una persona en el mundo capaz de entenderla y compartirla. Una. Me conformo. Mi éxito nace en mí. Si yo creo, alguien podrá creer(me). Ahí va: si ahora mismo estás pensando en el amor de pareja, estás perdida ('perdonen' la generalización femenina). Dejadlo. En serio. No pierdan el tiempo. El día que aprendáis a amar sin etiquetas, el día que queráis a alguien como persona, por encima de todo, sin importar cómo se llame la relación, ese día, vuestra declaración de amor será definitiva.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Aun no te has ido.

Y ya me echo de menos. Mucho de menos. Es mucho tiempo queriendo. Muchas canciones que han sonado para intentar que la más importante se escuche por debajo y oculte su ritmo descontrolado. Esa letra que no entendemos y queremos que se pierda entre acordes que llegan para llenar los días de nuevas ilusiones. ¿Y qué? Sigue estando ahí. Nunca se fue. Es y será lo primero que puso este caos patas arriba. Y lo seguirá siendo. Porque no tiene solución. No porque no exista, sino porque hay quien se niega a buscarla. Y, lo más feo de todo, es que, después de tanto tiempo, sigue sin darse cuenta de que te está matando, te va quitando corazones, como el personaje del videojuego que busca recuperar vidas cruzando pantallas. Así te sientes. Y cansa. Muchísimo. Te agota. Y no te dejan sacarlo de tu vida. Por el puto hecho de ser quien es. Qué injusto que nos roben la libertad de decisión... Y mira que demuestras que no quedan ganas de seguir, que ignoras, incluso que hablas mal, y nada. No hay más ciego que el que no quiere ver. Y qué pena que no quiera ver cómo se siente la que debería ser una de las personas más importantes de su vida. De mi vida. De la vida.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Menos mal que estoy más tiempo sola que acompañada.

¿Qué está pasando? Si antes había una barrera, ahora hay diez. Cambien si quieren el verbo haber por el verbo tener. Conjúguenlo en tercera persona. Y, luego, si eso, en primera. Lean esto, por favor. A veces hay que atreverse a tratar de enseñar lo que sienten. Y, yo que sé, yo todavía no he descubierto una manera mejor de hacerlo que escribiendo. Al mundo. O a nadie. Si conocen otra, por favor, escríbanme, y charlemos. Sé que aquí y ahora con esto no voy a conseguir transmitir lo que quiero. La vida son errores. Hace muchos años viví una experiencia que levantó en mí un muro infranqueable. No os aburriré contándolo. Bueno, sinceramente, es que no me da la gana. Dejémoslo en amistades que acaban siendo menos de lo que creías. Falta de confianza, personas que se dedican a joder relaciones ajenas. La vida, queridos. Para todos los gustos. Desde entonces, nunca me he atrevido a utilizar más de una mano para contar a mis amigos. De hecho, ni siquiera lleno los cinco dedos. Tampoco quiero. ¿Saben qué? He descubierto que, una mano entera, tengo que ser yo, necesito ser yo, quiero ser yo. Pensar en mí, apostar por mí, confiar en mí, quererme a mí y juzgarme a mí. Cinco acciones, cinco dedos. Y la otra mano ya si eso habrá quien tenga cojones a pedir ser una de esas acciones con su nombre como vocativo. ¿Entienden? Miren, yo no sé cómo hay gente que me dirige la palabra. No me conocen, no saben mis virtudes, lo primero que muestro son mis defectos y, aun así, ahí están. No lo entiendo. Sinceramente. No es ponerme en inferioridad. Simplemente es un razonamiento a raíz de la experiencia este último mes y pico. Llámenlo como quieran, me da igual vuestra opinión. A ver, que yo os aprecio, ya solo por el hecho de leer esta mierda, pero... que no me importa. O quizás sí. No creo. Una de las cosas que más rabia me da en esta vida es no mostrarme como alguien alegre. Por eso prefiero que nadie me aguante. ¿Qué necesidad tiene una persona de ver las malas caras de otra? Ninguna. Ahí voy. Yo admiro a quienes se definen con una sonrisa. Yo soy feliz conmigo cuando consigo ser alguien de ellos por un rato. Pero que sea real. ¿Saben lo que digo, no? Pues eso, amigos. La impotencia de no poder. La envidia a quien puede, a quien sabe anteponer lo mínimo bueno que tengan en su vida o todo el caos que haya por detrás. Sí, tengo envidia a esa gente. Alguien tenía que decirlo ya, joder. Tengo envidia a quien va por la calle sonriendo, vaya solo o con alguien al lado. Tengo envidia a quien sabe disfrutar. Tengo envidia a esos locos capaces de que ninguna guerra fuera de la cama pueda ganarles. Tengo envidia a las personas que saben querer a quien quieren querer. Tengo envidia a la felicidad. ¿Y qué? Pues nada. Ser indiferente a todo y para todos. Pasar sin rozar a nadie. Y que cada cual decida cómo es su indiferencia. Ojalá haya quien quiera que sea pasajera. Que vaya guardando cada detalle en su mirada. Que aguante las ganas de una sonrisa recíproca. Llegará. La envidia de la que hablo, está ahí porque yo sé que puedo hacer todo eso, y más. De ahí viene. Hablar de ella en otro sentido, es una estupidez. Párense a pensarlo. Seguro que no están de acuerdo conmigo. No me extraña. Gracias por no estar en mi sintonía. Pero, oye, que aquí todo es pasajero. Que dentro de un tiempo me arrepentiré de haber enseñado esto. Y que ustedes, dentro de un tiempo, no se acordarán de haberlo leído. Que el mundo seguirá girando. Y mi caos se escapará en cualquier momento, dando paso al descorche de vivir para sentir. Sentir para querer. Querer para ser. Ser... ¿para qué? Qué más da. Tú vive, coño. Pero hoy, ahora, ya. ¿A qué esperas? Que yo aguanto una noche más.

domingo, 15 de noviembre de 2015

'Somos la fuerza de un grito que no callará.'

‘Depende de nosotros todo lo que queramos cambiar y conseguir en nuestra vida.’ A veces tropezamos con personas que nos hacen conocernos más a nosotros mismos. Otras veces, son esas personas las que nos conocen y saben ver lo que nosotros mismos no hemos sido capaces de encontrar. Y ahí está(s), entre todo este desorden. Ahí vuela la soledad, la indiferencia, el caminar con la mirada perdida, el no querer encontrarte con alguien porque no tienes el escudo de emociones preparado. Y llegan flechas. ¿Y cómo saber si son buenas o malas sin que te alcancen? ¿Cómo sentir si debemos ponernos en su trayectoria o apartarnos? Las intentamos frenar, sin saber que nos volverán a alcanzar. Qué tontería. No paramos de posponer lo que, al final, tiene que llegar. Como si después de un tiempo fuese a doler menos el disparo. Como si el corazón se preparase para recibirlo. Que no, joder. Que la cabeza no gana. Que podemos hacerle todo el caso que queramos, pero nunca acabará ganando esta batalla. Quizás es mejor no intentarlo. Quizás el tiempo que le dedicamos dándole la oportunidad de convencer al corazón, solo sirva para dar pie a que lleguen el miedo, la inseguridad y la rabia. A lo mejor es mejor obviar la razón. A lo mejor hay alguien en este momento sintiendo lo mismo que tú. Pero calláis, dejando pasar el tren. Con esperanza de que, cuando llegue al final, vuelva en dirección contraria y os de otra oportunidad. No sé, yo que tú me dejaba de tonterías y corría para no perder(te). Estás deseando viajar en él. Cuando estés dentro ya habrá tiempo de frenar. Yo que sé. Qué cobarde el corazón. Será que de niños le hacemos ver demasiados 'game over' en la pantalla. 

domingo, 25 de octubre de 2015

Más allá de ti, más allá de mí, soñar es obligado y sentir inevitable.

'Si quieres que me haga la tonta, me hago la tonta.' Cada día una nueva oportunidad. Cada noche una locura enredada. Sentir cada minuto compartido con la intensidad de quien espera el reencuentro consigo mismo. Y que llegue. Que no es lo mismo orgullo que estar orgulloso. Y deben estarlo. De ustedes mismos. De lo que hacen y cómo lo hacen. De palpar y comprobar que ha merecido la pena. Déjense conocer. Pero no a cualquiera. No la líen. Déjense aprenderse por quien está dispuesto a esperar el tiempo que haga falta para sacarse el primer curso de tus miradas, el segundo de tu sonrisa y el tercero de tus defectos. Y el cuarto que sean ellos quienes decidan la asignatura pendiente. No pongan tiempos. Quizás los 45 minutos de la primera parte son pocos, y cuando llega el 90 y aun no has ganado, te das cuenta de que los 30 de la prórroga serán muchos. Aprovechen los 15 de descanso. Y cuando escuchen a un señor de negro parar el juego, díganle a ver si tiene huevos de saber cuándo tiene que pitar para parar(te) la vida. Apuesto que no. Apuesto que te quise más que España a Iniesta en el 116. Pero apuesto y gano a que no supe demostrarlo durante los 90 minutos de las dos partes.

viernes, 16 de octubre de 2015

Miradas que te encuentran y miradas que rechazas.

'Me gusta mirar y verte.' Valoren más el silencio de una mirada. Apuesten por ello. Háganlo. Busquen la magia más allá de la piel. Sientan la protección de uno ojos deseosos de ser abrigo. Confíen en las miradas por encima de todo. Dejen espacio y tiempo al (re)encuentro con ustedes mismos. Que les guste lo que ven en el espejo, antes de querer que les guste a otros. Que se miren bonito, antes de sentir que miran con ilusión a otros. No engañen. Ni mientan. No hagan daño. Por favor. Se lo pide alguien que cada vez apuesta más por las miradas que por las palabras. Y yo no tengo ni puta idea de la vida. Pero sé que una mirada puede cambiarlo todo. Y quiero que cambie.

viernes, 9 de octubre de 2015

Gente andado deprisa, pasando por tu vida de puntillas, otros, sin duda, llegan para quedarse.

'Creo que es necesario que no le gustes a todo el mundo.' 
La vida llena de compatibilidad entre todas las personas sería aburridísima. ¿Que por qué? Joder, porque la magia de vivir llega cuando realmente conectas con alguien. Cuando miras a los ojos y hablas, sin decir ni una sola palabra. Cuando te tapas la cara y sonríes. Muy pocas veces llega algo así. La magia, queridos. Igual de aburrido sería que nos pasase con muchas personas a que no nos pasase con nadie. Pero no busquéis. Los mejores bailes llegan sin invitación. Aunque eso ya es otro capítulo... 'Pasando por tu vida de puntillas'. Ahí me freno. No sé, quizás lo que voy a decir ahora es la mayor tontería que podáis leer, pero creo que, al principio, todo el que entre en nuestra vida debe hacerlo de puntillas. Y depende de nosotros. Pero, realmente, pensadlo, de verdad. Toda relación, de cualquier tipo, acaba cuando realmente conoces a la persona. ¿Por qué no conocernos al principio y parar antes de que vaya a más y se termine reprochando aquello que define cada personalidad? Me refiero... 'gente andando deprisa'... Es mucho más bonito quien se queda y te quiere conociendo tus peores defectos. Que sí, que queda muy bonito decir que alguien llega y nos pone todo patas arriba, que aparece y nos revoluciona para bien. Pero, joder, andemos con cuidado. Que es muy fácil ir pisando por el mismo camino que los demás, pero lo bonito es pisar por el camino paralelo y que, en cierto momento, acabe juntándose con el del resto y haciéndonos chocar con alguien. Ese alguien que, a veces, muy pocas veces, es una personita llena de magia. Una de esas con las que conectas.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Locuras, algunas sostenidas y tantas compartidas.

'Yo no puedo reclamar algo dando por hecho que tú entiendes la vida igual que yo.' Hay veces que entenderse a uno mismo es quizá tan difícil como confiar en quien te está haciendo sentir insegura. Compartir un trocito de tu vida es la forma más sincera de amar. Sin perder el norte, caemos en un bucle de especulaciones hacia la persona que tenemos al lado. Lo que cuesta aprender es que no podemos andar buscando a alguien que sea como nosotros nos reclamamos ser con los demás. Quizás esa persona no entienda la vida de la misma forma que la entiendes tú. Quizá cruzáis vuestros caminos algunos kilómetros antes del mejor momento. Que sí, que quien no arriesga no gana. Pero antes de ganar hay que arriesgar muchas veces para aprender a perder. Y caer. Y aprender a levantarse solo. Sin depender de nadie. Sin reclamar nada. Porque hay veces que, si no estás para nadie, pues no estás para nadie, y ya está. Habrá quien lo entienda, habrá quien lo respete, habrá quien te espere. Pero, sobre todo, habrá quien desaparezca para enseñarte que, en el baile de la vida, te chocarás con muchas personas que te saquen a bailar y no entiendan el ritmo de la música de la misma forma que tú.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Olvidos, reencuentros, unos menores y otros mayores.

'Cada uno se define quizá por aquello que es capaz de sentir y vivir.' Definirse, un acto reflexivo tan complicado como arriesgado. Etiquetarse, un juego de locos capaz de poner paso prohibido en el laberinto del alma. Vivir deprisa, sin darnos cuenta de que es la mayor locura cometida sin amor. Sentir que entra en juego el estúpido sentimiento con más fuerza para hacernos evolucionar hacia el desencuentro más íntimo con nosotros mismos. Llega, se cuela en la partida, cuando tú solo tenías la misión de matar monstruitos para alcanzar el siguiente nivel. Y entonces, te das cuenta, de que estás en el videojuego más difícil de cualquier maquinita. La vida. Ese que se encuentra catalogado para 'mayores'. Aquel que todos los niños desean probar, por el que todos quieren crecer. Ninguno se da cuenta que es mejor saborear cada partida de los juegos para 'niños'. Porque los peores 'game over' llegan en el videojuego más difícil, en la vida. Decidir si tomárselo en serio o participar como si fuese el último partido de liga incapaz de cambiar la clasificación. Imagínense que gana la opción de darlo por perdido. Entonces toca irse, antes de que llegue el olvido impulsado por la rabia de no poder avanzar y acabar rendidos. Salir de esa partida prohibida y castigar el tiempo que vivimos en esa continuo nivel que nos recuerda una y otra vez que estamos perdidos. Llega el reencuentro. Esa jodida idea de volver a uno mismo, de levantar la cabeza y decir 'joder, vales más que todo lo que demuestras en cada partida'. Soltar el mando y dejar el juego en stand by. Hemos perdido la partida, sí. Seguimos atrapados en el mismo nivel, sí. Pero, ¿y qué? El juego seguirá estando ahí. Hasta que estemos preparados para volver. Hasta crecer, y no hablo de edades. Hasta volver a sentirse el protagonista y recuperar toda la vida perdida en cada 'game over'.