domingo, 13 de diciembre de 2015

El mejor momento.

Suena el timbre del alma. Es hora de no dejar que alguien te invite a jugar un partido de fifa con los controles cambiados de pase y disparo, círculo y cuadrado, respectivamente según mi forma de juego, sin avisar antes de que empiece a rodar el balón. Ese que acaba siendo como el corazón que recorre fronteras en busca de la portería contraria sin saber que, para llegar hasta ahí, primero hay que hacer una buena defensa. Porque cuando un delantero le gana la espalda a un defensa, estamos perdidos. Como cuando alguien nos gana la delantera en eso de querer. El niño que con tres años le da la mano a 'su novia' y ella le mira a los ojos con la inocencia de creer que la ilusión que eso le provoca en ese momento será la misma que le harán sentir cuando sea mayor. 

Qué fácil todo visto desde fuera. Somos amantes inocentes que ignoran la realidad. Como nunca hemos dicho. Paramos el partido en el minuto 10 de la segunda parte (no, la cifra no es 'a voleo', esconde algo, igual que vuestro código de desbloqueo del móvil). El entrenador corrige aspectos tácticos. Nuestra cabeza intenta vencer al corazón. Del mismo modo que el portero pretende evitar que el balón llegue al fondo de su portería. Y qué bonito cuando consigue hacer una estirada a tiempo y bloquear el disparo (al corazón, hagamos caso a Ricky). Qué valiente. No todos tenemos los cojones de enfrentarnos al delantero cuando éste ya ha sobrepasado la defensa. ¿Entienden? Dejen de visualizar el fifa, frikis. Hablo de ti. Y de mí. De nosotros. De los goles a la vida. Y las defensas del corazón. 

A veces un empate es una victoria. Imagina que, mientras buscabas resolver ese partido, te tiran otro balón al terreno de juego cuando te dispones a sacar de banda. Cógelo. Ese. El segundo. Si con el primero llevas 55 minutos intentándolo, joder, déjalo ya. ¿Y qué más? La inseguridad no se llama miedo. Lo primero es consecuencia del primer balón, lo segundo... ¡deja esa excusa, idiota! ¿Miedo de qué? Escúchate. Tu cara de tonta lo dice todo. Te sale inevitablemente cuando la miras. Por eso la miras poco. Muy poco. Es fácil. Tu corazón habla, como Manuel Carrasco en su Ya no: no me mires, que sabes que puedo caer. Pero sin decírselo a la persona de ojos bonitos con los que te embobas. Te lo dices a ti misma. Déjate llevar. Porque solo entonces, ese momento, será el mejor momento.

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