viernes, 22 de enero de 2016

Lo que Madrid no vio.

Madrid no vio el abrazo de despedida en la estación.
Tampoco escuchó el 'te quiero' que se susurraban al oído.
Ni cómo sus miradas se entendían a la perfección.

Madrid no vio los besos que se guardaron para el reencuentro.
Tampoco fue testigo de sus lágrimas al caminar en sentidos contrarios.
Ni por qué esbozaban una sonrisa a pesar de todo.

Madrid no vio cómo se miraban cuando el tren salió.
Ni cómo su boca dibujaba un corazón al lanzarle un beso.
Y cómo el ojo izquierdo de ella respondía con un guiño de confianza.
Ni cómo se mordía suavemente el labio.
Y acabó poniendo en pausa su boca hasta que volviese.
Aunque realmente nunca llegaba a irse.

Madrid no vio su próximo (re)encuentro.
Tampoco sus abrazos de bienvenida.
Ni cómo se comían con la mirada. 

Pero, sobre todo, Madrid no vio cómo demostraban su amor, porque nunca fue necesario gritar que, por muchos trenes que las separasen, ella era su estación definitiva.

domingo, 10 de enero de 2016

¿Qué cambiarías de mí?

No busques a quien te regale un 'no cambies nunca'. Busca a quien, gratuitamente, te haga ver qué cosas han de cambiar. Porque las mejores personas son las que llegan y te cambian a mejor. Y no es que esto conlleve un cambio de personalidad en ti por intentar agradarles. No. Es porque conlleva cambios en ti para agradarte más. 

Ya está bien de que nos digan que no tenemos que cambiar o que no tenemos que dejar de ser como somos. Basta ya. Nos engañan desde niños con este tipo de consejos, que más que consejos son formas de jodernos la magia de la vida. Porque no hay nada más bonito que alguien haciéndote ser como nunca pensaste que podías ser, para bien. No hay sensación más bella que la de sacar un aprendizaje de cada historia, por muy jodida que estés, por muy mal que lo hayas pasado. Las personas que más marcan tu vida son aquellas que, sin querer o queriendo, te hacen que duela. Y, sobre todo, te hacen sentir cosas de ti que no sabías ni que guardabas. Tanto buenas como malas. Las mejores personas son las que llegan, revolucionan, y se quedan. No sé. Quizás estés pensando que no respondo a tu pregunta. Quizás estés diciendo de mí barbaridades. Pero me gusta decir las cosas sin decirlas. Que seas tú quien las entienda, sin ponértelo fácil. 

Espera, quédate un poquito más. Quiero llegar a la típica conclusión de que nadie debe decirte cómo debes o no debes ser, pero desde mi forma de contarlo. Nadie tiene el poder de pedirte que no cambies. ¿Qué es esto? Te quitan el sentido de la vida de un puñetazo. Y todavía tienen los cojones de sonreír, como si te hiciesen bien. Y no.

Nadie tiene el derecho a establecer tu guion de vida. Ni tus reglas. Ni tu forma de querer. Nadie. Excepto tú. Contigo. El único derecho que puede tener otra persona sobre ti es la capacidad de hacerte ver cómo eres sin necesidad de decírtelo. Esa persona. La que llega y consigue que te encuentres un poquito más contigo misma. La que se queda y consigue que descubras en ti cosas que no te gustan. La que no se va ni cuando tú te has ido de ti misma. Esa persona.

En serio. Piénsalo un minuto. Confía en mí. Piensa en todas aquellas felicitaciones de cumpleaños que terminaban con un 'no cambies nunca'. Piensa en las personas que te lo decían. Ellas mismas han cambiado. Estoy segura de que el 99% ya no forman parte de tu vida. Han cambiado. Sí. Aunque les joda y se nieguen a aceptarlo. Las personas cambiamos sin darnos cuenta.

Yo no vengo a decirte qué cambiaría de ti. Porque si quisiese cambiar algo, cambiaría de amiga. Solo vengo a pedirte que cambies. No ahora. Quizás no es el momento. Pero cambia. Atrévete. Y cuidado, no lo hagas por nadie. Cambia solo por ti. Para gustarte más a ti. Para sentirte mejor contigo. Para ser feliz tú. Y para enseñarles a todos esos que te escribían aquella frase para quedar bien, que no les has hecho ni puto caso. Que has borrado el 'no' y el 'nunca' para quedarte con el 'cambia'. Y que ahora... ahora sí. Ahora eres mejor persona gracias a que un día te atreviste a cambiar.


Photo: Ana Martín

domingo, 3 de enero de 2016

Queridos Reyes Magos.

En 2015 me porté mal. Muy mal. Y nadie lo sabe. Ni los reyes por ser magos. Ni tú por tener magia. Solo yo por buscarla. He tenido que enfadarme muchas veces conmigo misma. Ha sido más difícil de lo que pensaba. Me han presentado partes de mí que no me gustan. Y digo 'me han', porque así es. Ha sido gracias a personas que he podido darme cuenta que mi vida tiene canciones a las que tengo que cambiarles la letra. Y tiene(n) que cambiar ya. Y rápido. (Gracias a cada persona que ha ayudado a que esto sea así). Porque mi parte buena ya la sé yo, no hace falta que nadie venga a presentármela. Pero lo malo no siempre está al descubierto. Quedan brechas escondidas. Hasta que llega quien da con la tecla que la descubre. Y qué bonito algo tan feo. 

Es fácil, mi 2015 se resume en una frase: mi corazón ha ido por un camino y mi cabeza por otro. Sin llegar a juntarse. He sentido que soy más débil de lo que creía. He llorado. De alegría y de tristeza. Lo primero una sola vez, de lo segundo ya perdí la cuenta... Ha sido un caos. Pero no me arrepiento. De nada. Solo de las cosas que no he hecho. Por miedo. Como siempre. Por insegura. Por vergonzosa. Por gilipollas. Por yo que sé qué. 

Por eso y por mucho más, queridos Melchor, Gaspar y Baltasar, este año solo quiero que me prestéis un poco de vuestra magia. Que compartáis conmigo esa estrella que os guía y me enseñéis a no perderla de vista. Por favor. Yo os dejo un poco de cava en la mesa. Solo pido a cambio que tengáis la generosidad de llenar la copa medio vacía con tres cosas: respeto, empatía y amor. Lo primero como base de(l) roscón, lo segundo como papel de(l) regalo y lo tercero como ilusión de todos esos padres y madres que ven a sus hijos el 6 de enero con la sonrisa más grande del mundo. Y ojalá nunca pierdan esa ilusión de la Navidad. Puedo asegurar y aseguro que es el peor regalo que puede recibirse. Y quien lo hace no se da cuenta de que está regalando algo tan feo como la falta de libertad. (Espero que sepan entender que la ilusión de la que hablo no está referida al día de reyes). 

Miren, voy a confesar algo. El otro día fue la primera vez en mi vida que acabé un año y empecé el siguiente queriendo y odiando a la misma persona. Queriéndola como a la que más. Y odiándola como a la que más. Y lo digo en serio. Tampoco nadie sabe de lo que hablo. Pero quizás un rey mago sí... Por eso, Melchor, Gaspar o Baltasar, tú, quien seas de los tres, me da igual (aunque he de confesar que siempre fui más de Gaspar, todo hay que decirlo), por favor, regálame un pellizco de esperanza. Déjame en la zapatilla una chuchería llena de ilusión. Ilusión por la vida. Por mi vida. Por cambiar todo lo que me molesta. Por dejar a un lado lo que me agobia. Por empezar de cero conmigo misma. Y al polvorón dale un bocao', te dejo, pero préstame un poco de confianza. Te prometo que me prometo darme otra oportunidad. Pero ayúdame a llenar esa copa. Y cuando te vayas de mi casa, sigue dejando mis tres deseos en cada corazón de todas esas personas que día a día luchan por buscar la magia en las personas. Se merecen el regalo más grande del mundo. Y que no sea por tamaño. Ah, y hazme el favor de darle las gracias a las seis personas que, a día de hoy, se siguen atreviendo a formar parte de mi vida, sin estar vinculadas a ella desde el primer minuto que llegué llorando a este mundo de locos. 

Queridos reyes magos: como veis, lo que pido no hay nadie que pueda conseguirlo por mí. Déjenlo, ya me encargo yo, que soy la única capaz de cambiar(me). Pero eh, lo del respeto, la empatía y el amor iba en enserio. Llenen el mundo de ello, por favor. 

Gracias.

Fdo: una amante inocente de la vida.