sábado, 26 de septiembre de 2015

Locuras, algunas sostenidas y tantas compartidas.

'Yo no puedo reclamar algo dando por hecho que tú entiendes la vida igual que yo.' Hay veces que entenderse a uno mismo es quizá tan difícil como confiar en quien te está haciendo sentir insegura. Compartir un trocito de tu vida es la forma más sincera de amar. Sin perder el norte, caemos en un bucle de especulaciones hacia la persona que tenemos al lado. Lo que cuesta aprender es que no podemos andar buscando a alguien que sea como nosotros nos reclamamos ser con los demás. Quizás esa persona no entienda la vida de la misma forma que la entiendes tú. Quizá cruzáis vuestros caminos algunos kilómetros antes del mejor momento. Que sí, que quien no arriesga no gana. Pero antes de ganar hay que arriesgar muchas veces para aprender a perder. Y caer. Y aprender a levantarse solo. Sin depender de nadie. Sin reclamar nada. Porque hay veces que, si no estás para nadie, pues no estás para nadie, y ya está. Habrá quien lo entienda, habrá quien lo respete, habrá quien te espere. Pero, sobre todo, habrá quien desaparezca para enseñarte que, en el baile de la vida, te chocarás con muchas personas que te saquen a bailar y no entiendan el ritmo de la música de la misma forma que tú.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Olvidos, reencuentros, unos menores y otros mayores.

'Cada uno se define quizá por aquello que es capaz de sentir y vivir.' Definirse, un acto reflexivo tan complicado como arriesgado. Etiquetarse, un juego de locos capaz de poner paso prohibido en el laberinto del alma. Vivir deprisa, sin darnos cuenta de que es la mayor locura cometida sin amor. Sentir que entra en juego el estúpido sentimiento con más fuerza para hacernos evolucionar hacia el desencuentro más íntimo con nosotros mismos. Llega, se cuela en la partida, cuando tú solo tenías la misión de matar monstruitos para alcanzar el siguiente nivel. Y entonces, te das cuenta, de que estás en el videojuego más difícil de cualquier maquinita. La vida. Ese que se encuentra catalogado para 'mayores'. Aquel que todos los niños desean probar, por el que todos quieren crecer. Ninguno se da cuenta que es mejor saborear cada partida de los juegos para 'niños'. Porque los peores 'game over' llegan en el videojuego más difícil, en la vida. Decidir si tomárselo en serio o participar como si fuese el último partido de liga incapaz de cambiar la clasificación. Imagínense que gana la opción de darlo por perdido. Entonces toca irse, antes de que llegue el olvido impulsado por la rabia de no poder avanzar y acabar rendidos. Salir de esa partida prohibida y castigar el tiempo que vivimos en esa continuo nivel que nos recuerda una y otra vez que estamos perdidos. Llega el reencuentro. Esa jodida idea de volver a uno mismo, de levantar la cabeza y decir 'joder, vales más que todo lo que demuestras en cada partida'. Soltar el mando y dejar el juego en stand by. Hemos perdido la partida, sí. Seguimos atrapados en el mismo nivel, sí. Pero, ¿y qué? El juego seguirá estando ahí. Hasta que estemos preparados para volver. Hasta crecer, y no hablo de edades. Hasta volver a sentirse el protagonista y recuperar toda la vida perdida en cada 'game over'.