miércoles, 18 de noviembre de 2015

Menos mal que estoy más tiempo sola que acompañada.

¿Qué está pasando? Si antes había una barrera, ahora hay diez. Cambien si quieren el verbo haber por el verbo tener. Conjúguenlo en tercera persona. Y, luego, si eso, en primera. Lean esto, por favor. A veces hay que atreverse a tratar de enseñar lo que sienten. Y, yo que sé, yo todavía no he descubierto una manera mejor de hacerlo que escribiendo. Al mundo. O a nadie. Si conocen otra, por favor, escríbanme, y charlemos. Sé que aquí y ahora con esto no voy a conseguir transmitir lo que quiero. La vida son errores. Hace muchos años viví una experiencia que levantó en mí un muro infranqueable. No os aburriré contándolo. Bueno, sinceramente, es que no me da la gana. Dejémoslo en amistades que acaban siendo menos de lo que creías. Falta de confianza, personas que se dedican a joder relaciones ajenas. La vida, queridos. Para todos los gustos. Desde entonces, nunca me he atrevido a utilizar más de una mano para contar a mis amigos. De hecho, ni siquiera lleno los cinco dedos. Tampoco quiero. ¿Saben qué? He descubierto que, una mano entera, tengo que ser yo, necesito ser yo, quiero ser yo. Pensar en mí, apostar por mí, confiar en mí, quererme a mí y juzgarme a mí. Cinco acciones, cinco dedos. Y la otra mano ya si eso habrá quien tenga cojones a pedir ser una de esas acciones con su nombre como vocativo. ¿Entienden? Miren, yo no sé cómo hay gente que me dirige la palabra. No me conocen, no saben mis virtudes, lo primero que muestro son mis defectos y, aun así, ahí están. No lo entiendo. Sinceramente. No es ponerme en inferioridad. Simplemente es un razonamiento a raíz de la experiencia este último mes y pico. Llámenlo como quieran, me da igual vuestra opinión. A ver, que yo os aprecio, ya solo por el hecho de leer esta mierda, pero... que no me importa. O quizás sí. No creo. Una de las cosas que más rabia me da en esta vida es no mostrarme como alguien alegre. Por eso prefiero que nadie me aguante. ¿Qué necesidad tiene una persona de ver las malas caras de otra? Ninguna. Ahí voy. Yo admiro a quienes se definen con una sonrisa. Yo soy feliz conmigo cuando consigo ser alguien de ellos por un rato. Pero que sea real. ¿Saben lo que digo, no? Pues eso, amigos. La impotencia de no poder. La envidia a quien puede, a quien sabe anteponer lo mínimo bueno que tengan en su vida o todo el caos que haya por detrás. Sí, tengo envidia a esa gente. Alguien tenía que decirlo ya, joder. Tengo envidia a quien va por la calle sonriendo, vaya solo o con alguien al lado. Tengo envidia a quien sabe disfrutar. Tengo envidia a esos locos capaces de que ninguna guerra fuera de la cama pueda ganarles. Tengo envidia a las personas que saben querer a quien quieren querer. Tengo envidia a la felicidad. ¿Y qué? Pues nada. Ser indiferente a todo y para todos. Pasar sin rozar a nadie. Y que cada cual decida cómo es su indiferencia. Ojalá haya quien quiera que sea pasajera. Que vaya guardando cada detalle en su mirada. Que aguante las ganas de una sonrisa recíproca. Llegará. La envidia de la que hablo, está ahí porque yo sé que puedo hacer todo eso, y más. De ahí viene. Hablar de ella en otro sentido, es una estupidez. Párense a pensarlo. Seguro que no están de acuerdo conmigo. No me extraña. Gracias por no estar en mi sintonía. Pero, oye, que aquí todo es pasajero. Que dentro de un tiempo me arrepentiré de haber enseñado esto. Y que ustedes, dentro de un tiempo, no se acordarán de haberlo leído. Que el mundo seguirá girando. Y mi caos se escapará en cualquier momento, dando paso al descorche de vivir para sentir. Sentir para querer. Querer para ser. Ser... ¿para qué? Qué más da. Tú vive, coño. Pero hoy, ahora, ya. ¿A qué esperas? Que yo aguanto una noche más.

domingo, 15 de noviembre de 2015

'Somos la fuerza de un grito que no callará.'

‘Depende de nosotros todo lo que queramos cambiar y conseguir en nuestra vida.’ A veces tropezamos con personas que nos hacen conocernos más a nosotros mismos. Otras veces, son esas personas las que nos conocen y saben ver lo que nosotros mismos no hemos sido capaces de encontrar. Y ahí está(s), entre todo este desorden. Ahí vuela la soledad, la indiferencia, el caminar con la mirada perdida, el no querer encontrarte con alguien porque no tienes el escudo de emociones preparado. Y llegan flechas. ¿Y cómo saber si son buenas o malas sin que te alcancen? ¿Cómo sentir si debemos ponernos en su trayectoria o apartarnos? Las intentamos frenar, sin saber que nos volverán a alcanzar. Qué tontería. No paramos de posponer lo que, al final, tiene que llegar. Como si después de un tiempo fuese a doler menos el disparo. Como si el corazón se preparase para recibirlo. Que no, joder. Que la cabeza no gana. Que podemos hacerle todo el caso que queramos, pero nunca acabará ganando esta batalla. Quizás es mejor no intentarlo. Quizás el tiempo que le dedicamos dándole la oportunidad de convencer al corazón, solo sirva para dar pie a que lleguen el miedo, la inseguridad y la rabia. A lo mejor es mejor obviar la razón. A lo mejor hay alguien en este momento sintiendo lo mismo que tú. Pero calláis, dejando pasar el tren. Con esperanza de que, cuando llegue al final, vuelva en dirección contraria y os de otra oportunidad. No sé, yo que tú me dejaba de tonterías y corría para no perder(te). Estás deseando viajar en él. Cuando estés dentro ya habrá tiempo de frenar. Yo que sé. Qué cobarde el corazón. Será que de niños le hacemos ver demasiados 'game over' en la pantalla.